El asesinato de Rodrigo Lara Bonilla. La verdad que no se conocía

El 30 de abril de 1984 fue asesinado en Bogotá el ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla. Un sicario contratado por Pablo Escobar disparó contra el Mercedes Benz en que viajaba el ministro, sentado a la derecha en el asiento de atrás. Los tiros se hicieron contra el lado derecho del vehículo. El vehículo y la moto del sicario viajaban a 80 kilómetros por hora. Así se divulgó en su momento y así se consignó en la investigación penal. Pero nunca se reveló que el cadáver de Lara presentaba un orificio de entrada por el costado izquierdo del pecho. El chofer del vehículo no sufrió ni un rasguño. El escolta sentado delante del ministro sobrevivió con una herida muy leve, no obstante las ráfagas de ametralladora disparadas por el sicario. La ventanilla de la puerta del chofer no se rompió, pese al fuerte tiroteo que describieron los agentes del DAS. Un dictamen del ex director del Instituto de Medicina Legal, doctor Máximo Alberto Duque Piedrahíta, realizado treinta años después del asesinato, revela esta hipótesis: -El Mercedes Benz estaba detenido. -El proyectil que ingresó por el costado izquierdo fue disparado con la puerta del chofer abierta. Eso explica que el conductor no saliera lesionado, pues no estaba en la silla, y que el vidrio de la ventanilla quedara intacto. -La puerta del ministro estaba abierta. Por eso no hay orificios en la lata, aunque se recogieron al menos 18 vainillas del arma del sicario. -«Es improbable que un tirador viajando en una motocicleta logre impactar a un blanco que también está en movimiento a una velocidad aproximada de 80 Km por hora y en horas de la noche. Si tanto el tirador como el blanco estuvieran quietos, sí sería factible lograr impactar varias veces en el blanco», afirma textualmente el doctor Máximo Duque. Todo apunta a que Rodrigo Lara Bonilla fue acribillado a mansalva y sobreseguro. Pablo Escobar fue sin duda el mandante del asesinato, pero en el iter criminis también participaron agentes oficiales. La muerte del ministro de Justicia no fue un crimen de Estado, pero sí un crimen oficial.

Autor: Donadío, Alberto

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